Los Últimos Lacandones

La esencia de un pueblo atávico

Los Últimos Lacandones

La esencia de un pueblo atávico

 

 

Si aprendiéramos a escuchar las historias que cuentan las arrugas de la piel. Si guardáramos silencio ante la sabiduría ancestral. Si entendiéramos las diferencias como método de autoaprendizaje y no como un incitador de nuestra curiosidad. Si respetáramos la tradición. Si nos interesara honrar la vida de los otros… Si todo esto fuera difícil, no existiría esperanza; por fortuna, estamos conectados y basta una chispa de atención para que nazca el fuego de la conciencia. Podemos ser el que escucha, el que entiende, el que honra; somos en quien recae la posibilidad de que tu cultura, la mía, la de ellos, no muera jamás.

De la cultura de ellos se ha hablado mucho: los Mayas Lacandones, o Hach Winik (Hombres Verdaderos); sabemos que descienden directamente de los Mayas y que habitan esos mismos territorios, mundialmente conocidos. Si escuchamos la expresión comunidad indígena, recreamos una imagen tapizada de rituales, ceremonias religiosas, sitios arqueológicos y herencia ideológica; pero esta imagen es apenas una primera capa que no refleja la totalidad de su realidad, una que se encuentra en crisis.

En los últimos años hemos sido testigos de la ley natural de supervivencia: solo los más fuertes sobreviven; la pandemia nos dio el mensaje de que ya somos muchos y eso nos aterrorizó: vivimos encerrados en nuestro temor de no ser lo suficientemente fuertes y muchos no lo fueron. Pero para los Hach Winik, ser víctimas de un virus así significaba terminar con toda una civilización que ya de por sí cuenta con unos pocos cientos de personas. Sin embargo, su historia es la de un pueblo resiliente que se cuida y sobrevive: aunque cada vez son menos, su presencia sigue siendo un portento en medio de la selva. Son hombres, mujeres y niños que no le temen a nada, que son fuertes y valientes, que no se dejaron vencer por la pandemia, aunque enfrentan otra que es quizás más peligrosa: la occidentalización.

En un mundo justo y bello, usaríamos herramientas como Internet para acercarnos a culturas como la suya en busca de pasión por las raíces y autoconocimiento. Defenderíamos la idea de que su mensaje de permanencia y pertenencia necesita ser escuchado e imitado. Pero en el mundo real, este que a veces es contradictorio, está ocurriendo lo opuesto: Internet los seduce, como a nosotros, con sus redes sociales, su inmediatez, su promesa de una brillante vida de oropel allá en la ciudad. Los Mayas Lacandones se están yendo, buscan cambiar la túnica de chamán por el traje de abogado.

Ellos son nosotros. Nosotros somos ellos. Los pronombres se diluyen cuando creamos una conexión verdadera. Si su tradición se apaga, nos apagamos todos. Si somos nosotros los que contamos su historia en lugar de que lo hagan ellos mismos desde las entrañas de su cultura, la esencia de un pueblo atávico -que es millonario en aquello que importa, como la gente, la naturaleza, el agradecimiento, el espíritu- terminará por diluirse. La verdadera pandemia de estos tiempos líquidos nos conecta a todos y nos hace hermanos de un mismo mal: el deseo por el jardín vecino, la negación de lo que somos, el anhelo de ser alguien más.

Sobre el pavimento o en medio de árboles y cascadas, en español o en maya, en búsqueda del éxito social o del triunfo interior: estamos unidos en esta batalla que busca defender la tradición familiar: la mía, la tuya, la suya. Somos nosotros contra el ruido que nos aleja del propio ser, estamos persiguiendo la trascendencia. ¿En dónde está puesta nuestra mirada? ¿Cuál es la riqueza de nuestra propia cultura? Sus ancianos, al igual que los nuestros, necesitan contar la historia de toda una civilización y heredar los códigos culturales que corren peligro de perderse. ¿Quién se queda a escucharlos? ¿A dónde irá, si no, tanta sabiduría, esa mirada de hermandad, el sentido de cada piedra convertida en Templo, la receta de esa medicina natural?

Podemos ser el que escucha, el que entiende, el que honra; somos en quien recae la posibilidad de que tu cultura, la mía, la de ellos, no muera jamás. ¿Cómo vamos a defenderla?